TIJUANA, En la «Sala Renacimiento» de la «Funeraria Gayosso» (Zona Río) a partir de las 19:00 horas, acompañaremos por última vez a nuestro amigo Alfredo.
Mi «goooooory» me decía. Luego, levantaba la mano para chocar su palma contra la mía para que se escuchara un sonoro «clap» que llamaba la atención de todos y terminara luego-luego en un abrazo.
Alfredo, Claro que sí, era buenísimo para bailar cumbias! no podía negar su origen chilangote! Y, además les cuento que se sentía muy orgulloso de serlo. «Como-marca-el-manual», decía con un tono «cantadito«, en una frase «de corridito«.
Lo recuerdo amable, alejado de problemas, egoísmos o reclamos.
Lo defino como un hombre de trato «cálido«, cariñoso, empático y con una cierta tendencia ejecutiva que le dejó acercarse a la clase empresarial cuando su entrañable amigo y periodista Roberto Martínez Cuevas lo enfrascó en un proyecto periodístico de corte empresarial.
Ese rol que tenía que jugar lo hizo sentirse cómodo entre trajes, camisas bien planzadas, trapitos colgantes llamados corbatas. Ese «código de vestimenta» que usa el sector empresarial para distinguirse del resto. En este mundo de hombres de negocio, encontró un nicho de oportunidades para manejar desde boletines hasta imagen corporativa a quienes contrataban sus servicios profesionales. ¿Dónde los aprendió? De su propia tenacidad y esfuerzo, de su capacidad de observación y concretar para sobrevivirle a la frontera.
Así era mis «latitas«
Deje explicarle porqué le decía esta frase:
Alfredo, al igual que un servidor y muchos amigos (somos millonarios al tener tantos amigos y amigas) nos ha gustado la bohemia, el canto, la buena plática, hablar de la política frente a un buen vino de «reserva» y en la juventud los 20´s y 30´s la mejor cerveza que se comparte con amigos…
En una de esas andanzas, a quien esto escribe se le metió en la cabeza el reciclaje. Así que los botes de aluminio, testigo de la tertulia política de una de esas noches de luna llena, pues les pedí a mis amigos las metiéramos en una bolsa.
Eran muchas que hubieran cabido en un bolsa negra para la basura de esas grandes, pero al no contar con ello, pues las metimos en una bolsa grande, pero muy endeble.
En el auto donde íbamos viajando unos 5 amigos se rompió y «mis latitas» se regaron por los más inverosímiles rincones del auto. Era imposible recogerlas y al ver tal desgracias comencé a exclamar «mis latitas». Al verse abandonadas en el piso del auto las latas se vengaron derramando su contenido oloroso, a manera de obsequio a la alfombra del automóvil que además era nuevo. Ya se imaginará la frustración del dueño que dijo hasta lo que no… De ahí quedó para siempre nuestro título de «mi latita» y cada ves que me veía era obligado recordar esa noche loca llena de amigos y vapores olorosos en la alfombra de un carro nuevo… ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja (dicen que por cada «ja» se debe poner una «coma»)
Estos detalles, estas ocurrencias mías, me las celebraba mi Alfredo.
A mi me gustaba hacerle reír y hoy que está en otra dimensión y puede leer, espero, o le pueden contar esto, quiero que vuelva a reír. A mostrar sus «dientotes» y a soltar la carcajada porque ahora si entendemos mejor que nuestra vida es un «instante»
Somos instantes, «Alfred» en un mar eterno. Tal vez ni siquiera existimos para la eternidad, tal vez somos una sonrisa efímera surgida de una sin razón. Pero por ser una sin razón, precisamente por eso, nos hace reír, reír mucho y reír más.
Le gustaba el buen vino, la buena charla, los amigos. Su muro de Facebook está lleno de fotos de amigos y de buenos deseos.
Antes, cuando eramos obreros de la pluma (digo yo, allá por los 90´s), nos gustaba más la cerveza, ni conocíamos el vino. Ya a la aparición de las canas, que por cierto él era un traga años, creo que tenía 65, si no mal recuerdo, el vino fue una afición, máxime al vivir en Baja California.
A últimas fechas había incursionado en un negocio de buena cerveza, precisamente en la misma calle, a unos pasos de donde hoy será velado.
Su fallecimiento tiene un sello de negación, la mayoría de los que lo habíamos tratado minutos antes, días antes dijeron: «no puede ser… pero si ayer hablé con él«.
Amigo: te parece si ¿seguimos la plática en el «más allá? En ese espacio tiempo que dice el vox populi: «del que no se puede regresar» Afirman los iluminados: «del que nadie quiere regresar». Vaya usted a saber qué de bueno hay en ese cielo que los que han vuelto (porque algunos han vuelto al ser resucitados materialmente después de minutos de ir a esa luz) coinciden en que en ese sitio de luz y amor, se quiere permanecer porque se es finalmente feliz.
Buen viaje hermano «mi latita«.