Dejar el gobierno en manos de los gobernantes, es un error muy común de los pueblos. Así lo pensó así lo escribió en 1786, Thomas Jefferson, principal redactor de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y tercer presidente de aquel país.
Jefferson era un convencido de que todo gobierno lleva en sus entrañas la semilla de la corrupción, misma que germina y crece sobre todo cuando los pueblos, por ignorancia o sumisión no son capaces de vigilar y controlar a quienes llegan a los cargos públicos buscando principalmente el beneficio personal.
Para los grandes filósofos de la antigua Grecia, un tema obligado era la corrupción. Algunos de ellos consideraban que esta conducta existía desde el origen de la misma civilización. Un ejemplo de un político corrupto nacido en Atenas en el año 384 AC, lo fue Demóstenes, mismo que aceptaba regalos en especie o en efectivo y votar en
el parlamento a conveniencia de los grupos de poder.
Ahora en el año 2020 DC, seguramente existen legisladores que hacen lo mismo que hacía Demóstenes, es decir venderse al mejor postor.
En la Biblia hay infinidad de citas sobre las conductas relacionadas con el abuso y la
corrupción. Por ejemplo, el profeta Isaías recomendaba rechazar “las ganancias fraudulentas”.
En el texto del Deuteronomio se pide rechazar todo soborno y maldice a aquellos que lo aceptan. Juan el Bautista, cuando unos soldados le piden que los bautice, les dijo que para tener ese derecho debían comprometerse a no extorsionar a nadie.
En México la corrupción es inseparable de nuestra historia. Basta recordar a los conquistadores españoles regalando espejos a cambio de piezas de oro elaboradas por los indígenas.
Pocos gobernantes se han distinguido en perseguir la corrupción.
Tal es el caso del presidente Lázaro Cárdenas que se enfrentó a políticos y empresarios de gran poder, mismos que después de la Revolución habían utilizado recursos públicos para crear empresas privadas y para adueñarse de grandes extensiones de tierra.
Recientemente, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, en su informe de 2014 mencionó a México entre los 70 países más corruptos en el mundo. Lo cierto es que este problema involucra a miles de políticos, gobernantes y empresarios, que se asocian con el crimen organizado y sobre todo con los carteles del narcotráfico.
Estos criminales siempre están dispuestos a invertir su dinero en campañas electorales, a cambio de todo tipo de beneficios.
Y qué decir del dinero que invierten comprando la complicidad de policías y militares, de jueces y fiscales.
No hay vuelta de hoja: la corrupción ha existido y seguirá existiendo en todo tiempo y en todo gobierno.
La mejor estrategia es combatir a los corruptos, perseguirlos y castigarlos con todo el peso de la ley, aun sabiendo que nunca van a desaparecer.
Para esto, es indispensable que la más alta autoridad gobierne con honestidad, como decía Jefferson, y formar ciudadanos con el mejor nivel educativo, conscientes de sus derechos y resistentes a todo sometimiento.
Este es el gran reto del gobierno de la 4T, ni más ni menos.